May. 24, 2021

Semana del Libro Enseñanza Media: Microcuentos «Historias de Cuarentena»

Primer lugar Octava Clase

Ilustrado por Macarena García B.

Extrañeza

Lourdes Tupper

No entiendo qué pasa, es raro y muy raro, pues no salen como antes. Los niños no se van en las mañanas, no me sacan a pasear. Ahora los humanos ocupan bozal, los veo estresados, mirando todo el día una especie de caja que les habla, y les explica algo, rarísimo. Extraño que todos los días vengan olores nuevos, extraño a ellos como eran antes, aunque, pensándolo bien, qué alegría hacer el intercambio de bozal, ¿qué les habrá sucedido?

Primer lugar Primero Medio

Ilustrado por Dominga Ariztía

“Bridge 2009”

Eva Livingstone

Todos los miércoles, desde hace doce años, doce de los pocos amigos que me quedan nos juntamos con una baraja de cincuenta y dos cartas. Pato a mi lado con una sonrisa que deja relucir sus torcidas perlas ennegrecidas por el vino, una copa en mano y las cartas barajadas en la otra. Hice la salida inicial después de haber hecho la subasta. Esa noche se nos pasó volando, al igual que las de todos los miércoles pasados.

Estoy sentado en mi escritorio, el cual alumbra una luz amarilla, mi señora afuera con su pinta de bata blanca y pucho en mano, la contemplo enamorado. “http://us04web.zoom.us/”.  Notificación de mail, agarro mi mouse y pincho el link. Introduzca contraseña para ingresar, “Bridge 2009”. Marcar utilizando Internet. Veo todas sus caras llenas de felicidad y añoranza. -“Hola Panchito” -me saludan, después de seis meses nos volvimos a ver, no jugamos, el tiempo voló conversando y riéndonos como esos ya lejanos miércoles de bridge.

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Primer lugar Tercero Medio

Ilustrado por Francisca Valdés B.

En los pasillos

Clemente Nunes

Se fijó en ella desde el minuto en el que entró al pabellón, claro que no había podido ver su rostro con detención debido a la máscara de oxígeno que llevaba puesta. Durante los días siguientes, mientras la enfermera lo acompañaba a sus caminatas por los pasillos del hospital, se dio cuenta de que ella nunca estaba; se preguntaba el porqué, ¿estaría muy débil? ¿agonizante? Le asombraba la importancia que le daba, cuando luego de varios días, se la topó en uno de sus paseos matutinos, aunque la hora del día no tenía ninguna valía bajo los techos siempre iluminados de ese hotel repentinamente transformado en hospital.  Sin pensarlo dos veces, como guiado por un impulso nuevo, le preguntó si quería acompañarlo en su caminata. 

Día a día, como si fueran viejos amigos, fueron compartiendo la historia de cada uno. Él la escuchaba con atención, mientras reparaba en todos los pequeños detalles que daban cuenta de su vida; sus manos nudosas, su frente poblada de arrugas y su hermoso rostro; lleno aún de vida y alegría. Su suave mirada lo hacía sentirse acogido y protegido, mientras que su sonrisa lograba hacerlo olvidar por un instante el porqué de su encuentro; lo que tenían en común, lo que los juntaba en ese lugar en ese momento. Durante semanas siguieron caminando juntos por los pálidos pasillos del hospital; disfrutando de los sutiles rayos de sol que se colaban entre las ventanas. Sus conversaciones se remontaban cada vez más atrás, como si hubieran querido negarle a la mente el tiempo presente y la proyección de un incierto futuro. 

Un día ella no salió de su pabellón a la hora acostumbrada. Le preguntó a una enfermera; que le contestó con evasivas sin sostener su mirada. Desde ese momento supo que se avecinaba el peor escenario. En realidad, hace días notaba que su cara se iba tornando pálida, su tos era cada vez mas seca y violenta; su sonrisa cada vez más cansada.  Durante los siguientes días continuó con sus paseos por los pasillos, con la esperanza de volver a encontrarla.  Una tarde, en que estaba sentado frente a una ventana, sintiendo la cálida luz del sol en su piel, recordando su acogedora sonrisa y la agradable sensación de la compañía, se le acercó una enfermera y le pasó un sobre. Solo decía: “Para ti. Mis últimos deseos y algunos encargos”. Solo con leer esas palabras se esfumaron las dudas, le darían el alta.

Pinche aquí para ver el video realizado por nuestros profesores:

«Un mundo soñado» de Daniel Picouly y Nathalie Novi.
Por nuestros profesores de Enseñanza Media

A continuación todos los microcuentos recibidos, muchas gracias por su participación.

Octava Clase:

Espejeando

Franco Ariztía

Miro por mi ventana y veo los pájaros pasar, el viento silbar, la lluvia amaina y el sol brilla. 

Aunque encerrado estar es algo duro de pasar, pero cuando miro por la ventana el reflejo de mis pesares se va.          

            

El cartero

Violeta Holmes

Cuando desperté, en el quinto día, ya estaba acostumbrado. No me desesperé al no poder moverme.

El 25 de septiembre del 2020, cuando ya llevábamos cinco meses de cuarentena, empezaron los dolores; de espalda, de rodillas, de cabeza…si hasta los dedos me dolían. Lo primero que pensé fue que era un estrés de cuarentena, que era algo normal que se pasaba con el tiempo. Luego pensé que lentamente se me iban pasando, pero no era así, la verdad era que me había acostumbrado a sentir dolor, todos los días.

No podía ver a la gente que quería, me sentía solo y desesperado. Después de dos meses, ni yo ni mi cuerpo pudimos más. Me senté en el suelo y lentamente me fui quedando dormido; sabía que estaba en el suelo, pero no tenía fuerzas para levantarme y caminar hacia mi cama. Debo haber dormido a saltos unos tres o cuatro días. La diferencia entre el día y la noche no tenían ningún sentido para mí. No sé bien cuánto tiempo estuve tirado en la mitad de mi pieza, hasta que llegó el hombre más maravilloso que he visto en mi vida. Era el cartero de mi barrio. Cuando me vio tirado, entró por donde pudo y con mucha diligencia (por lo que yo recuerdo) logró que me trasladaran a un hospital. Estuve más de una semana en una de las camillas en uno de esos tantos pabellones atiborrados de enfermos. El cartero me fue a visitar cada uno de esos días, sin excepción. 

Me hablaba mucho… incluso llegamos a tocar temas muy profundos, tristes, bonitos, emocionantes, pero en general nos reíamos mucho. Era tan agradable pasar el tiempo con él que ni siquiera tuve tiempo para pensar en las secuelas de la enfermedad. 

Cuando llegué a mi casa nuevamente me empecé a sentir solo, cada mañana me despertaba desesperado por no poder moverme, todo me agotaba, hasta la más mínima actividad cotidiana. Sentí que caía por el mismo agujero negro. Hasta que el quinto día el cartero tocó mi puerta… y así fue cómo encontré el camino.

De cuarentena al verano

Samuel Greene

De repente me levanto y me doy cuenta de que estaba en el agua.

Sin mayo no es vida

Diego Damm

En cuarentena me comí un desayuno tan rico, y me gustó tanto, que me quería morir: era un pan con mayo. El pan era uno crujiente del Osito, de esos que se te pegan en los dientes, y la mayo era de la marca Mayo, suave como una cola de zorro… gracias a ellos logré sobrevivir.

Orquesta en piyama

Gaspar Benítez

Un lunes como cualquier otro me desperté para las clases online. La verdad es que me daba mucha lata este tipo de clases, así que prendí el computador y dejé la clase con la cámara apagada, pero se me olvidó apagar el micrófono. Entonces me quedé dormido y se escucharon todos mis ronquidos, y cuando me desperté, alguien me llamaba, me di cuenta que era mi mamá, y contesté. Hasta el día de hoy solo recuerdo sus bostezos, los que junto a mis ronquidos, formaron la sinfonía más bella de aquella mañana.

Primero Medio:

Encierro tras mentiras

Sara Beals

Clara tenía 17 años y una enfermedad que le impedía hacer muchas cosas. Nunca había salido de su casa, nunca había sentido el aire fresco en su cara. Por eso, al enterarse de lo que estaba pasando en el mundo, se desilusionó una vez más. Su mamá hace años le había prometido que al cumplir 18 la iba a llevar a la playa, aún cuando eso significara un riesgo para ella. Esa fecha se estaba acercando, pero esta vez, una cruel pandemia no le permitiría salir. Su mamá llegó con malas noticias y fue terminante: “Clara, el doctor me explicó que nuevamente tus pruebas de sangre no son buenas. Si te llegas a contagiar con este virus, no tienes posibilidades de vivir”. Una pausa en el aire llenó la habitación. Clara estaba pálida y su madre lloraba a cántaros, sin que el aire de severidad se borrara de su cara. Clara sabía que no le quedaba mucho tiempo de vida; con virus o sin, su destino estaba claro. 

Entonces decidió aprovechar sus últimos días, quizás meses. Preparó su mochila con esmero y se retiró cautelosamente. Fue a la playa, con una fuerza inusitada caminó largo rato aspirando el fresco aire salino. Recorrió todos los lugares que pudo, mientras sentía que su cuerpo se debilitaba más y más. Después de muchas averiguaciones, pudo contactar al único amigo que había hecho en su infancia. Lo fue a visitar; estaba con él cuando sintió que su cuerpo colapsaba: no podía respirar. Sentía que se ahogaba. Ella ya había perdido la conciencia cuando él llamó a las ambulancias y a su madre. Se despertó con dos luces blancas dándole en plena cara, no sabía dónde estaba y recordaba vagamente sus últimas horas. Su madre lloraba amargamente a su lado, mientras le suplicaba perdón. Su enfermedad no era real; ella la había inventado hasta convencerse de su realidad. Tras la trágica muerte del resto de la familia, no había soportado la idea de quedarse sola. “No podía perder a más personas”. Fue su única explicación.

El planeta solitario

Baltazar Page

Era el año 2552 y yo estaba sentado en el sofá, aburrido y encerrado dado la cuarentena que arrasaba mi planeta.

De repente sentí una peculiar sensación de atracción hacia debajo del sofá, metí la mano y toqué una especie de pelota muy extraña; la saqué y la apreté; me vi bruscamente llevado hacia otra época, incluso otro planeta, el año 8008. Caí en una plaza al lado de una curiosa torre que no tenía ventanas, pero tenía una gran puerta en el medio…

Entré fascinado, pero al otro lado de la puerta había algo que me asustó: un control sanitario, horrorizado eché a correr en la dirección contraria. No obstante, había algo que atraía hacia el control sanitario, por lo tanto, no tuve otra opción que volver sobre mis pasos. Cuando me acerqué lo suficiente para mirar, vi que no había nadie, de hecho, ahora que lo pienso nunca vi a nadie, salvo a mi querido amigo: el viejo solitario…

Él era un niño feo y deforme, pero para mí era el niño más bonito y amable de toda la Galaxia.

Luego de más o menos unos 5000 años mi querido amigo señaló mi mano y dijo: qué es eso que tienes ahí. Yo le dije: es la pelota que me trajo a este mundo, él tomó la pelota y la apretó…

Lo último que me dijo antes de desaparecer fue: “AHORA TÚ ERES EL VIEJO SOLITARIO”. Luego con los ojos bañados en lágrimas me dijo: LO SIENTO, LO SIENTO MUCHO…

Yo sigo en este planeta esperando a que algún día él vuelva…

La Familia Pérez 

Manuel Heiremans

Los Pérez -papá, mamá y dos hijos muy seguidos- vivían en Peñalolén, se ganaban la vida vendiendo frutas y verduras en la feria que quedaba a dos cuadras de su casa, por eso se les hacía muy fácil moverse. Vivían bien y sin muchos contratiempos, hasta la llegada del famoso Covid 19, un virus que paralizó el comercio y que sumió a su comuna en el encierro. En pocos meses la familia se fue a pique. El hijo mayor que, además de ayudar en el puesto, estaba a punto de entrar a la universidad, se vio obligado a renunciar a los estudios.

Todos buscaban la forma de seguir con su negocio; cada día se desesperaban más; los ahorros se acababan y el encierro y la falta de actividad amenazaba la convivencia día tras día. Tuvieron que sacar su 10% que no era mucho, pero ayudaba. El segundo hijo decidió ayudar y empezó a hacer Delivery de frutas y verduras por la zona; luego, aplicó todos sus conocimientos tecnológicos y creó una app para mejorar el Delivery. La bautizó como “Pedidos a tu casa” y rápidamente se hizo muy conocida y exitosa en Peñalolén. Luego se expandió y le cambió el nombre a “Pedidos ya”; ¿la conoces?

Mi encierro

Rosita Holmes

        Un frío día de invierno Carla salió a la playa como de costumbre a realizar su rutina de ejercicios. Los minutos transcurrieron con rapidez. Comenzó a sentir el sudor mojando su ropa, sus mejillas arder y un cansancio poco habitual. Decidió ir a tirarse un piquero para refrescarse. Una vez sumergida sintió el dolor de sus huesos y esa sensación de que el cerebro se congela, pero amaba su cuerpo en contacto con el agua. Se sentía en paz. Decidió nadar un poco, a pesar de que el mar no estaba calmo como otras veces. De pronto y con suma rapidez todo cambió cuando una enorme ola la azotó contra una roca. Aturdida, pero con la mayor de sus fuerzas intentó salir a la superficie, pero no lo lograba, donde sea que tocaba había rocas. No veía nada, todo estaba completamente oscuro, la luz no existía ahí abajo. La corriente la había arrastrado hasta una cueva sin salida. Estaba encerrada, apresada. Pasado un tiempo que no supo calcular, comenzó a percibir que sus latidos eran más lentos. Temía perder la conciencia. Pero no, no lo permitiría, resistió todo lo que pudo hasta encontrar un agujero pequeño, pero que podía ser parecía ser su único punto de fuga. Lo comenzó a ensanchar golpeando con sus manos y rasgando con sus uñas, hasta que logró hacer una abertura apenas suficiente para su cuerpo entumecido. Por fin llegó a la superficie. Tomó una gran bocanada de aire fresco y nadó con una resistencia que a ella misma sorprendió hasta llegar prácticamente inconsciente a la orilla. Despertó unas horas después, expulsando agua a borbotones. Tenía moretones por todas partes. Estaba herida y adolorida. 

       Se despertó sobresaltada, jadeando. Se había quedado dormida nuevamente a media mañana, con ese sueño pesado y agobiante de tantos días de encierro… “Otra pesadilla” -pensó- Pero recordó el final de su sueño. Una repentina ola de esperanza invadió su cuerpo.  

Sí se puede llegar a la libertad

Ágata Cortés

Había una vez una niñita llamada Cielo. Ella vivía encerrada en un sótano muy oscuro y feo. Vivía con su mamá, que todos los días iba a ayudar a las personas de arriba, porque estaban viviendo una pandemia muy peligrosa y mortal. Cielo no entendía por qué no podía salir y ayudar a su mamá. Cuando ella llegaba, Cielo le preguntaba cómo era el amanecer allá arriba y si alguna vez lo iba a poder ver. Cielo lloraba y lloraba porque ya no quería estar más encerrada; quería ver la luz, los pájaros, los árboles y personas… todo lo que se había perdido por estar encerrada sin poder salir.

Un día su mamá la sorprendió y le dio una flor muy linda y le dijo –“Hija, ya terminó, ya podemos salir a ver todas las cosas que quieras”. Ella feliz corrió y vio cómo las personas corrían libres y felices y cómo el viento abrazaba a los árboles. Lloró de alegría y vio que se cumplía su sueño de ser libre y feliz.

Altos y bajos

Caetano Escobar

Día 1 (como lo llamo yo). A principio de año éramos inocentes, no sabíamos la tormenta que se nos avecinaba, había rumores por allá y por acá. Se sabía de China, país tan distante, pero con la tecnología tan implantada en nuestra sociedad era un vecino preocupante. Muchos pensarían que quizás el fin de una sociedad sería una guerra nuclear o una sequía mundial tal vez una hambruna, pero nunca pensamos que un bichito, un microscópico ser vivo amenazaría a una sociedad entera.

Día 2. Yo buscaba y buscaba en este libro virtual que es el internet; me salían figuras como una pelota de tenis con múltiples antenas y yo me decía “qué es eso”. Tiempo atrás había visto en la televisión a personas en China ocupando mascarillas y me preguntaba para que lo harían. Entonces llegó la inesperada alarma.

Día 3. En la televisión nos informan que tenemos que ocupar esas extrañas cosas en la boca en nuestro preciado y limpio país. Hubo mucha información errada. En el momento que llegó surgieron muchas noticias falsas e inseguridades y de repente los hospitales empezaron a llenarse y llenarse.

Día 4. Se empezó a esparcir, conocíamos a gente que tenía el virus, amigos y familiares. Empezaron los primeros muertos; eso inquietaba a la gente. Ya nadie saludaba a nadie, ni se abrazaban y esto separó lazos. La gente se empezó a poner muy individualista. Empezamos a vivir de manera tribal. Las muertes subían día a día, la tecnología se estaba volviendo obsoleta y no había petróleo para mover los motores. Volvimos al viejo oeste no había amor, ni compasión y ahora estamos así. Año 2021 encerrados, tratando de sobrevivir, yo estoy ahora muriendo lentamente, escribiendo este relato en mi lecho de muerte.

Disfrutar de lo pequeño

Rosita Holmes

Me desperté sobresaltada después de una pesadilla. La alarma sonaba sin parar en mi velador. La detuve. Eran las 5:46. Tenía 3 mensajes en la bandeja de entrada. “¿Ya hiciste tus…?” (mi madre por WhatsApp). “Falta por corregir…” (la miss Andrea por mail.) “Tarea pendiente” (classroom). Me levanté con esfuerzo. Puse la mesa para el desayuno como de costumbre. Once individuales, once cuchillos, once panes, once vasos. Dos enormes quesos. Un jarrón con leche hasta el tope. Por último, me serví mi café. Me instalé en la mesa del comedor a hacer todo lo pendiente. En ese momento llegaron mis hermanos y mi padre a devorarlo todo. Comían y reían sin parar. Menos mi padre, él estaba serio, como siempre, sin gestos en lo absoluto. Me concentré nuevamente en lo mío. Terminé a las 7:10. Entré a la pieza de mi padre. Le doblé la ropa, planché sus camisas, hice su cama y barrí el lugar. Terminé, eran las 8:03. Besé a mi padre en la frente y salí de mi casa. Por fin mi momento de felicidad. Respirar aire libre. Me gocé esos siete minutos como nunca nadie ha disfrutado nada.

Biblioteca blanca

Rosita Holmes 

Me dirijo a la biblioteca. Mi lugar de placer. Es un enorme castillo blanco que irradia luz por cada una de sus ventanas. Camino con calma. Las puertas se encuentran abiertas de par en par. Entro. Adentro me encuentro rodeada de recuerdos. Recuerdos agradables, otros un tanto inquietantes. 

Cogí un libro. Me recosté cómodamente en uno de los muchos sillones de aquel sitio. Pasé mucho tiempo leyendo. Seguramente días, quizás semanas. De pronto comencé a sentir un constante pitido resonando en mi cabeza. Sentí también elementos plásticos adheridos a mi piel. Escuché gente murmurando a lo lejos. Despegué mi mirada del libro y dirigí mi vista hacia el frente; había médicos por todas partes. En vez de sillones, había camillas y mucha gente. Todo lo ignoré. Me cansé y me dormí. En aquel lugar de paz.

A primera vista 

Agustín Araneda

José estuvo triste durante dos años por un virus llamado covid-19. Este virus hizo que muchos países entraran a cuarentena, esto quiere decir que las personas no pueden salir de sus casas. José se sentía solo. En un momento su tristeza fue tan grande que no pudo aguantar y se intentó suicidar. En el momento que lo iba a hacer justo entró una mujer. Se llamaba María. Al verla, José se sintió raro y un tanto ridículo. Su primer síntoma fue las clásicas mariposas en la guata; el segundo, la sensación de opresión en el corazón. No podía creer que existiera alguien tan bonita. María, al entender la situación, se acercó a José y lo sacó con cuidado. Luego vinieron las mariposas en la guata y el corazón apretado. Los dos se miraron apasionadamente sin saber qué decir. Solo sabían que fue un amor a primera vista.  

Tercero Medio:

La carencia de lo crudo

Pascale Heiremans 

La puerta de entrada estaba abierta. Silencio, anhelo a lo crudo. Salgo corriendo de mi casa, agobiado por el ruido silencioso y el sofoco calmante. Una paradoja que lleva dando vueltas en mi cabeza muchos días, meses; ya casi años.

 
Tengo la mascarilla en mi mano, siento el aire recorrer mi cuerpo. Hace días sentía la ausencia de lo crudo. Recorre la piel cruda y entra crudo por mi sangre cruda. 

Contemplo con lucidez lo que hay a mi alrededor. No es notablemente bello, pero su simpleza me cautiva. Eso he aprendido estando encerrado; apreciar esas cosas que pueden verse simples, ordinarias, pero esconden esa belleza cruda.

Camino suave entre la poca gente que va volviendo a sus casas. Levantó la vista y veo a un anciano de pelo canoso, manos gastadas y ojos vivos.

  • Hijo, ¿qué hace usted sin zapatos? Acá hay harto clavo oxidado.

Yo miro mis pies por unos segundos y respondo:

  • Siento la carencia de lo crudo, ¿no le pasa a veces?

Solas en la plaza

Olivia Herceg

De repente ya no se veían personas en las calles, ni hablar de que pasaran por la plaza; parecía como si de un momento a otro nos hubiéramos vuelto amenazantes, incluso vinieron unos hombres con uniformes y nos envolvieron en feas cintas de plástico. Fue extraño, la esencia de un columpio es el movimiento y el estar desde las primeras horas del día con gente, en especial niños y de repente estábamos arrojadas al más completo abandono. Lo que más me gustaba era cuando los chiquitos decían “Siento que estoy volando”, “Mira lo alto que estoy”. Sin embargo, hace mucho que no lo escucho. Ahora solo me balanceo con el viento. Mi única compañía es Abigaíl, el columpio de al lado. Todos los días renovamos la esperanza de ver un rostro conocido, de que alguien, cualquiera, venga y juegue con nosotras. No sé bien cuánto tiempo ha pasado, sin duda, meses. Meses grises, silenciosos, extraños… 

-¡Naomi! ¡Reacciona! Viene un niño; ¡No, son dos! Vienen con el rostro cubierto, corriendo hacia nosotros. 

Un niño pequeño y flaquito se trepó en mí con inusitada agilidad y premura. Pensaba que era un sueño, una alucinación, se sentó y comenzó a “volar”. Por primera vez en meses me sentí viva.

Que el mar se lleve mis penas 

Ema Beals 

Me despertaba todos los días viendo el mar, melancólico y triste; recordando los días en que podía estar todo el tiempo que quisiese en la arena. Envuelto en el calor del día y en el agua tranquila y cristalina.

Ahora estoy acá encerrado en mí mismo; solo con mis pensamientos de compañía, contemplando su grandeza sin poder sentirla, mirando la arena sin que mis pies puedan tocarla.

A veces pienso que solo nos queda el mar para llevarse todas las amarguras que a cada uno lo acompañan y ahora solo siento un sentimiento de opresión, un vacío insondable en este terrible encierro.

Los días pasan lentos. Me acuesto y lo único que hago es mirar el techo, mientras escucho a lo lejos su imponente ruido.

Cumpliendo mi sueño             

Elisa Herceg 

Toda mi vida he vivido en un mar lleno de basura, “debes irte muy lejos de la costa para poder nadar sin temer por tu vida, ahogarte con una bolsa o comerte algo tóxico; antes no era así” retumban las palabras de mi abuelo. He perdido a muchos amigos por estas razones o porque de un momento a otro desaparecen; algunos dicen que se los llevan para ser mostrados a los humanos… incluso hay mitos acerca de que los comen. Mi sueño desde pequeño es ir a ver el mundo, sintiéndome tan seguro como en el “reducto permitido”, que cada día se hace más pequeño.  Ayer, al atardecer, la marea estaba muy fuerte y yo iba de un lado a otro sin ponerle mucha resistencia, hasta que la corriente me arrastró hasta la playa larga; lugar terminantemente prohibido. Estaba demasiado mareado y mi cabeza retumbaba, pero hice un esfuerzo para aguzar el oído, no había ningún ruido, solamente mi respiración. Entonces, hice algo que estaba fuera de toda norma y asomé mi cabeza, exponiéndome a todo el mundo. Fue como si todos mis miedos hubieran desaparecido. Para mi sorpresa estaba completamente vacío, no había ningún alma, a excepción de la mía. Esta era mi oportunidad para hacerlo que quisiera. Nadé hasta la punta, donde se forma la ola grande y perfecta de la que tanto me habían hablado. Los últimos rayos de sol refulgían sobre mis escamas victoriosas, mientras yo me dejaba deslizar por la fuerza de esa masa de agua poderosa y suave; violenta y amable. Lo hice una y otra vez, hasta que mi cuerpo agotado y las primeras estrellas en el cielo me obligaron a volver a casa. 

En el bar

Juan Ariztía 

Ese perdedor que ven ahí soy yo, o bueno lo era hace dos años, antes de que el mundo para mi fortuna- se pusiera cabeza abajo. 

Todo comenzó en noviembre de 2019 cuando, luego de pasar la noche bebiendo en el bar

al que solía ir, un desconocido me convenció de invertir todo lo que tenía en bitcoin. Lo hice, en medio de la más absoluta inconsciencia. Al día siguiente, al darme cuenta de lo que había hecho, intenté sacar de vuelta mi dinero, pero amargo fue mi pesar al darme cuenta de que no tenía ni la más remota idea de cuál era la clave con la que bloqueé mi cuenta. Probé con todas las combinaciones habituales y nada. Todo lo que tenía se había transformado en un bien tan virtual que era inaccesible.

Así pasaron los días, los meses hasta que cerca de un año después leo por internet que el Bitcoin no paraba de subir, llegando a valer un 1000% más que en sus inicios. Entonces, volví a hacer un esfuerzo supremo para recordar las vicisitudes de esa noche, en busca de una señal. Y así en un flash back muy oportuno, vi la imagen del sujeto que, con una risa enigmática, me decía que pusiera su nombre como clave. Se me presentó entonces un problema mayor; no tenía ni la más mínima idea de dicho nombre. Noche tras noche, fui al bar buscando entre la gente, el rostro de ese hombre que cada vez se esfumaba más. Llegué a pensar que todo lo había imaginado, hasta que apareció, con el mismo traje gastado de aquella noche.  

Y bueno, ahora esta es mi nueva vida, una vida llena de lujos y dinero, y todo gracias a un

Desconocido, cuyo nombre tengo tatuado en el brazo.

Cuento de un hombre en cuarentena

Rita Greene

Se me hace difícil mantener; lo intenté, pero no me es fácil imponer. Tienes que entender.

Tal vez no acierte, pero no creo poder sin verte. 

Sé leerte, no se convierte en algo mejor, te está dañando y no quiero dañarte. No puedo seguir conociéndote. 

Cuando salgamos de este despotismo esto se invierte. Haré que te despierten y por fin podré absorberte, esta vez sin ensombrecerte.